viernes, 8 de mayo de 2009

Nunca es tarde

Un día cualquiera aparece un maestro, un libro, un amigo o un pensamiento que cambia el curso de nuestras arraigadas creencias. Dentro de ese viraje personal, lo que hemos hecho con nuestros hijos ya no nos gusta. Hoy no haríamos lo mismo. Nosotros hemos cambiado. Pero lo que no podemos cambiar es el pasado.

Pues bien, llegó el momento de reconocer que ya no nos cabe en nuestro ser interior una modalidad antigua, basada en el prejuicio o el miedo. Tal vez hemos sido demasiado exigentes con nuestros niños, creyendo que hacíamos lo correcto pero alejados de nuestros sentimientos amorosos. Quizás los hemos maltratado sutilmente. Les hemos mentido y hoy son poco confiados. Hemos menospreciado sus sentimientos. Hemos exigido obediencia y nos han respondido con rebeldía. Hemos hecho oídos sordos a sus reclamos y ahora ellos no nos escuchan a nosotros.

Han pasado los años y querríamos rebobinar la vida como una película para hacer las cosas de otro modo. Pues bien, hay algo que sí es posible hacer hoy: darnos cuenta. Luego, hablar sobre ello con nuestros hijos. Incluso si tienen dos años. O cinco. O catorce. O veintiséis. O cuarenta. O sesenta años. Poco importa. Nunca es tarde. Siempre es el momento adecuado cuando humildemente generamos un acercamiento afectivo para hablar de algún descubrimiento personal, de un anhelo, de un deseo o de nuevas intenciones. Para un niño pequeño es alentador escuchar a su madre o a su padre pedirle disculpas, comprometiéndose a ofrecer mayor cuidado y atención. Para un adolescente, es una extraordinaria oportunidad, hablar con alguno de sus padres en una intimidad respetuosa nunca antes establecida entre ellos. Para un hijo o hija adultos, es una puerta abierta para formularse preguntas personales. Para un hijo maduro, es tiempo de confort y de profunda comprensión de los ciclos vitales.

Cualquier instante puede ser la ocasión perfecta para compartir el cambio que uno ha decidido asumir. No hay lección más virtuosa que compartir con los hijos el “darse cuenta” y la intención, la firme intención de devenir cada día mejores personas. Definitivamente, para un hijo es extraordinario encontrarse con la sencilla y blanda humanidad de los padres que buscan su destino, cada día.

Laura Gutman

martes, 5 de mayo de 2009

Y al final, la mastitis

Lo prometido es deuda, y yo he fallado.
Dije que iba a escribir un diario de la relactación y resulta que no lo he hecho.
He dejado que pasen los días y me pongo ahora, derrotada, con la teta dolorida y esperando que se me pase la infección para que me manden al cirujano.
Nadie sabe de todo, y cuanto más crees que sabes, más gorda es la leche que te das al descubrir que no sabes nada.
Continué con el protocolo de relactación; bueno, cuando podía, porque con dos monstruos, la web, alguna charla...El caso es que pasaron los días y de mi teta derecha sólo salía aquello que en un principio parecía calostro. La cuestión es que el sabor varió de un dulce intenso a un horror qué asco.
Cuanto más le daba al sacaleches, más denso salía aquel líquido, y mi hija menos interesada estaba en probarlo.
El problema surgió cuando la mama empezó a doler; cambió de color a un rojo intenso y mi cara se empezó a poner más blanca que normalmente.Han sido tres días muy duros; fiebre que no bajaba con nada, malestar general, dolor de cabeza, y no digamos de teta.
Me puse a investigar.
Es imposible que cuanto más estimule la producción de leche, menos leche tenga; va contra todo lo que estudio y leo todos los días. Un pecho sano que funcione normalmente produce tanta más leche cuanto más se lo estimule.Pero mi teta derecha ha decidido que no; que las leyes generales del universo no va con ella.
Así que releyendo mis libros de formación, rebuscando en mis apuntes, me encuentro con esta definición en el libro de Carlos González Manual práctico de lactancia materna:
"Galactocele
Es un quiste formado por leche retenida, que por reabsorción del agua puede convertirse en un material cremoso u oleoso, que a veces sale por el pezón al apretar."
El caso es que a mi me parecía muy raro que lo único que conseguía que saliera de mi pecho fuera aquello que tanto se parecía a la descripción que da Carlos González del Galactocele; ¿cómo es posible que alguien que lleva 22 meses amamantando a una niña de alta demanda (dependiendo del día, altísima) no logre, en más de dos semanas, una producción de leche de una mama mínimamente decente?
Nadie puede discutir que en mis circunstancias se puede adivinar que mis niveles basales de prolactina y oxitocina tienen que ser lo suficientemente altos como para lograr esa producción en pocos días, y sin embargo parecía que esa sustancia oleosa no dejaba salir nada más.
Y luego aquel dolor de cabeza.
Pedí cita al médico y le conté todo esto pensando que a lo mejor me decía que era yo mu lista, pero que la médico era ella.
Pero no; me escuchó, me dio la razón en casi todo, pero me dijo que "la curiosidad mató al gato".
El diagnóstico: por supuesto, una mastitis de caballo.
El problema es que no ha podido palpar nada en el pecho, tal es la inflamación, así que cuando termine el tratamiento volveré para que valore el estado de la mama y me pueda mandar al cirujano, que será quien decida los pasos a seguir.
En fin, que termino el experimento cansada, enferma, y con la sensación de haber hecho el panoli.