miércoles, 5 de agosto de 2009

Pensemos con autonomía

Los recuerdos que conservamos de nuestra infancia están configurados por las palabras con las que nuestros padres nombraron los acontecimientos. Incluso aquello que manifestábamos, habitualmente era “interpretado” por los adultos y “eso” era lo que considerábamos la “verdad”. De hecho, hoy en día nos recordamos a nosotros mismos con los adjetivos con los que nos definían mamá o papá, por ejemplo: “yo era muy llorón” (en lugar de comprender la soledad y el aislamiento en el que vivíamos), “yo era buenísima” (en lugar de describir la obligación de satisfacer a una madre infantil), “yo era pésima en la escuela” (en lugar de reconocer que nadie registraba nuestras dificultades). Así es como se organizó el discurso del “yo engañado”, junto al personaje que nos han adosado desde nuestro nacimiento y que hemos adoptado como un disfraz que luego se convirtió en parte de nuestra piel. Acostumbrados a nombrar las cosas según el cristal a través del cual mira el individuo en quien proyectamos el saber, continuamos la vida adulta bajo el mismo sistema: el de creer que la realidad “es” según la interpretación de otro. Asimismo, despreciamos nuestras percepciones, intuiciones y saberes originales basados en sensaciones personales, creyendo todo lo que el otro -sea quien sea ese “otro”- afirme con énfasis. Luego, somos muchos los individuos que seguimos “corrientes de pensamiento” basados en opiniones ajenas muy discutibles. Que la gripe A es peligrosa, que se cura con Tamiflú, que hay que lavarse las manos para no contagiarse… por nombrar sólo algunas opiniones tomadas como “verdades” en Argentina, y que desde mi punto de vista (mío, es decir, ¡nadie tiene por qué creerme! si no les “suena” en el corazón) son totalmente falsas. Claro que para pensar con autonomía, hay que estar dispuestos a pagar el precio de la “no pertenencia”. Al fin de cuentas, si aún estamos emocionalmente inmaduros, elegiremos creer lo que sea, con tal de “ser parte” del grupo. Pero si en lugar de creer cualquier cosa ciegamente, maduramos, reconocemos que el miedo es infantil y sabemos que la verdad reside en nuestro interior, entonces asumiremos un pensamiento autónomo y libre.
Laura Gutman

Quiero aclarar que no siempre estoy de acuerdo con Laura Gutman; creo que a veces es muy radical en sus posturas, pero hay que reconocer que remueve e invita a pensar, aunque sea en contra. Tal fue el caso cuando leí este artículo por primera vez hace un par de días. Estoy tan asustada con la cuestión de la Gripe A que las declaraciones de la Gutman al respecto me llamaron la atención y había pensado no publicar este como no publico otros. Pero hoy me ha llegado un vídeo argentino que me ha hecho pensar que tal vez, en esta ocasión, la opinión de doña Laura no sea tan descabellada.
Por ello cuelgo, no sólo el artículo, sino también el vídeo.
Y quien quiera opinar, que opine.


viernes, 8 de mayo de 2009

Nunca es tarde

Un día cualquiera aparece un maestro, un libro, un amigo o un pensamiento que cambia el curso de nuestras arraigadas creencias. Dentro de ese viraje personal, lo que hemos hecho con nuestros hijos ya no nos gusta. Hoy no haríamos lo mismo. Nosotros hemos cambiado. Pero lo que no podemos cambiar es el pasado.

Pues bien, llegó el momento de reconocer que ya no nos cabe en nuestro ser interior una modalidad antigua, basada en el prejuicio o el miedo. Tal vez hemos sido demasiado exigentes con nuestros niños, creyendo que hacíamos lo correcto pero alejados de nuestros sentimientos amorosos. Quizás los hemos maltratado sutilmente. Les hemos mentido y hoy son poco confiados. Hemos menospreciado sus sentimientos. Hemos exigido obediencia y nos han respondido con rebeldía. Hemos hecho oídos sordos a sus reclamos y ahora ellos no nos escuchan a nosotros.

Han pasado los años y querríamos rebobinar la vida como una película para hacer las cosas de otro modo. Pues bien, hay algo que sí es posible hacer hoy: darnos cuenta. Luego, hablar sobre ello con nuestros hijos. Incluso si tienen dos años. O cinco. O catorce. O veintiséis. O cuarenta. O sesenta años. Poco importa. Nunca es tarde. Siempre es el momento adecuado cuando humildemente generamos un acercamiento afectivo para hablar de algún descubrimiento personal, de un anhelo, de un deseo o de nuevas intenciones. Para un niño pequeño es alentador escuchar a su madre o a su padre pedirle disculpas, comprometiéndose a ofrecer mayor cuidado y atención. Para un adolescente, es una extraordinaria oportunidad, hablar con alguno de sus padres en una intimidad respetuosa nunca antes establecida entre ellos. Para un hijo o hija adultos, es una puerta abierta para formularse preguntas personales. Para un hijo maduro, es tiempo de confort y de profunda comprensión de los ciclos vitales.

Cualquier instante puede ser la ocasión perfecta para compartir el cambio que uno ha decidido asumir. No hay lección más virtuosa que compartir con los hijos el “darse cuenta” y la intención, la firme intención de devenir cada día mejores personas. Definitivamente, para un hijo es extraordinario encontrarse con la sencilla y blanda humanidad de los padres que buscan su destino, cada día.

Laura Gutman

martes, 5 de mayo de 2009

Y al final, la mastitis

Lo prometido es deuda, y yo he fallado.
Dije que iba a escribir un diario de la relactación y resulta que no lo he hecho.
He dejado que pasen los días y me pongo ahora, derrotada, con la teta dolorida y esperando que se me pase la infección para que me manden al cirujano.
Nadie sabe de todo, y cuanto más crees que sabes, más gorda es la leche que te das al descubrir que no sabes nada.
Continué con el protocolo de relactación; bueno, cuando podía, porque con dos monstruos, la web, alguna charla...El caso es que pasaron los días y de mi teta derecha sólo salía aquello que en un principio parecía calostro. La cuestión es que el sabor varió de un dulce intenso a un horror qué asco.
Cuanto más le daba al sacaleches, más denso salía aquel líquido, y mi hija menos interesada estaba en probarlo.
El problema surgió cuando la mama empezó a doler; cambió de color a un rojo intenso y mi cara se empezó a poner más blanca que normalmente.Han sido tres días muy duros; fiebre que no bajaba con nada, malestar general, dolor de cabeza, y no digamos de teta.
Me puse a investigar.
Es imposible que cuanto más estimule la producción de leche, menos leche tenga; va contra todo lo que estudio y leo todos los días. Un pecho sano que funcione normalmente produce tanta más leche cuanto más se lo estimule.Pero mi teta derecha ha decidido que no; que las leyes generales del universo no va con ella.
Así que releyendo mis libros de formación, rebuscando en mis apuntes, me encuentro con esta definición en el libro de Carlos González Manual práctico de lactancia materna:
"Galactocele
Es un quiste formado por leche retenida, que por reabsorción del agua puede convertirse en un material cremoso u oleoso, que a veces sale por el pezón al apretar."
El caso es que a mi me parecía muy raro que lo único que conseguía que saliera de mi pecho fuera aquello que tanto se parecía a la descripción que da Carlos González del Galactocele; ¿cómo es posible que alguien que lleva 22 meses amamantando a una niña de alta demanda (dependiendo del día, altísima) no logre, en más de dos semanas, una producción de leche de una mama mínimamente decente?
Nadie puede discutir que en mis circunstancias se puede adivinar que mis niveles basales de prolactina y oxitocina tienen que ser lo suficientemente altos como para lograr esa producción en pocos días, y sin embargo parecía que esa sustancia oleosa no dejaba salir nada más.
Y luego aquel dolor de cabeza.
Pedí cita al médico y le conté todo esto pensando que a lo mejor me decía que era yo mu lista, pero que la médico era ella.
Pero no; me escuchó, me dio la razón en casi todo, pero me dijo que "la curiosidad mató al gato".
El diagnóstico: por supuesto, una mastitis de caballo.
El problema es que no ha podido palpar nada en el pecho, tal es la inflamación, así que cuando termine el tratamiento volveré para que valore el estado de la mama y me pueda mandar al cirujano, que será quien decida los pasos a seguir.
En fin, que termino el experimento cansada, enferma, y con la sensación de haber hecho el panoli.

sábado, 18 de abril de 2009

¿Y la derecha qué?

Día 1
Hoy he comenzado la operación "Teta derecha". La teoría me la sé muy bien: ratitos cortos y frecuentes. Así que empecé con el sacaleches eléctrico 5 minutos cada media hora; pero enseguida me he dado cuenta de que parecía que no hacía otra cosa que ordeñar la teta, así que he preferido cambiar por la frecuencia "10 minutos cada hora" y me ha ido bastante mejor.
Pero he visto dos cositas que me han dejado un poco patidifusa:
- En primer lugar, mi hija cuando ha visto que estaba con la teta al aire y ha empezado a descubrir la leche que salía, ha decidido que era suya y que dejase el sacaleches (he de decir que la leche ha empezado a salir después de casi medio día dándole al "manubrio teteril"); he querido aprovechar la situación para ver si se interesaba por mamar, pero nada más meter la teta en la boca ha puesto cara de asco y ha dicho "¡¡caca!!". Imaginad cuál ha sido mi sorpresa cuando he observado con detenimiento esa leche que había quedado en la bocina del sacaleches: ¡¡era calostro!! No tengo ni idea de lo que mi cuerpo está interpretando, pero el hecho cierto es que de mi mama derecha ha empezado a salir calostro; denso y espeso, con ese sabor tan característico que a mi hija, con casi 22 meses, no le ha hecho ni puñetera gracia.
- En segundo lugar, ha ocurrido algo con lo que, la verdad, no había contado: los sacaleches también pueden producir grietas, y si no, que se lo digan a mi pobre pezón, tan tranquilito él desde hacía casi dos años, y ahora tiene unas grietas que parecen a punto de ponerse a sangrar en cualquier momento.
Este último descubrimiento ha estado a punto de hacerme desistir, pero la producción de calostro ha hecho que me pique la curiosidad. Yo no sólo es cuestión de sacar ese pezón inexistente y que mi hija pueda mamar de los dos pechos en el tiempo que le quede de lactancia; es que quiero saber cómo evoluciona la producción de leche de la teta derecha, que va por libre. Es como si pensanse que he vuelto a parir y que hay que alimentar a un bebé, además de a una niña de casi 2 años. Y me intriga.
Le pedí consejo a Raquel sobre las grietas y aunque en un principio me dijo que lo dejara, luego a ella también le intrigó lo del calostro, así que hemos quedado en que bajaré la potencia de succión para evitar las grietas en lo posible, aunque tarde un poco más.
De momento, sigo con la rutina. A ver qué pasa mañana.

viernes, 17 de abril de 2009

¿Y la derecha qué?

Mi hija pequeña nació el 24 de junio de 2007; la noche de San Juan, en plena Fiesta Grande de León.
Parecía que se había enganchado bien al pecho, porque al principio no sentía dolor; pero tengo mucho pecho, y no me daba cuenta de que la succión no era buena, así que las grietas no tardaron en aparecer, especialmente en el pecho derecho, que es el más grande.
Para colmo, parecía que la leche no terminaba de subir, y la nena empezó con ictericia cuando llegamos a casa, después de que el genial pediatra del Hospital insinuase que, una vez más, no podría dar el pecho a mi hija.
Me centré en estimular mi pecho con sacaleches y ofrecía a la peque la leche que me sacaba con una jeringa para despertarla durante las tetadas y que así engordase, porque no había manera.
El problema es que al principio no era capaz ni de ofrecer la teta derecha a mi hija, ni de utilizar con ella el sacaleches, porque las grietas me mataban del escozor, así que decidí esperar a que curasen, y luego, ya me ocuparía de ella.
Pero cuando las grietas curaron y empecé a utilizar el sacaleches, me pasó una cosa rara: cuanto más le daba al manubrio del extractor, menos leche parecía salir. La mama se amorató e hizo una mastitis.
Mientras tanto, la nena ya había empezado a engordar y parecía que se había acostumbrado a mamar de un solo pecho, así que desistí.
Pero ahora, casi dos años más tarde, a mi hija le ha entrado la curiosidad: le da por dejarme en bolas y observar la situación; lógicamente los dos pechos ahora son totalmente diferentes: la mama izquierda (la que "funciona") se nota más blanda y rosadita, y el pezón sobresale más de un centímetro, lo que facilita un montón el agarre de la peque; sin embargo, la derecha (la que "está rota") es más grande y redonda, más blanca y el pezón es prácticamente plano, igual que lo era el de su compañera cuando comenzó nuestra lactancia.
Así que la Nana me ve y se parte de la risa, claro. Pero últimamente, va un paso más allá: le da por lamer la mama derecha e intentar agarrar un pezón que es prácticamente inexistente, por lo que termina la operación diciendo "eta no" y "caca", porque claro, no sabe rica.
Pero he decidido hacer una locura, aprovechando el reciente interés por la teta de mi peque: voy a intentar relactar la mama derecha.
Ya me han dicho que para qué, que menuda tontería. Pero yo creo que si puedo, ¿por qué no lo voy a hacer? Conozco a esta peque, y aunque los niños cambian a la velocidad del rayo, de momento me da la sensación que un añito más sí que le va a dar en la teta. ¿Por qué no voy a aprovecharlo y hacer que mis dos tetas vuelvan a ser iguales? ¿No tiene también derecho la diestra a disminuir su riesgo de padecer cáncer? ¿No tengo yo derecho a intentar acabar con un edema que hace que un pecho sea una talla más grande que otro?
Pues a lo mejor me equivoco, pero como creo que ése, el de equivocarse, es un derecho inalienable de cada persona, lo voy a intentar.
Mi colega Raquel B. la otra mitad de la teta y mi monitora de lactancia y ángel de la guarda en lo que a la teta se refiere, me ha sugerido que escriba un diario, y así lo voy a hacer.
Mi aventura con la relactación de la teta derecha empieza mañana; ya veremos.

miércoles, 8 de abril de 2009

Su Majestad la Leche de Vaca

La leche es una secreción glandular presente en todos los mamíferos. En la naturaleza hay cerca de 5000 especies, y los humanos somos sólo una de ellas. La leche sirve para alimentar a la cría hasta que esté en condiciones de alimentarse con autonomía. Ninguna otra especie continúa con el consumo de leche después del período de lactancia. Cuando crecemos, los mamíferos perdemos las enzimas que permiten la digestión de la leche, porque sencillamente no las vamos a necesitar más. Sin embargo los seres humanos ignoramos esa ley natural.
Tengamos en cuenta que cada leche es específica, es decir, que tiene una fórmula especial para cada especie y varía considerablemente entre una y otra. Tanto la leche de vaca, como la de oveja, la de ballena, la de elefanta, la de morsa o la de perra son diferentes entre sí, y difieren obviamente de la humana. La leche de vaca sirve para criar terneros, un animal grande con cuatro estómagos que llegará a pesar 300 kilos. La leche humana en cambio privilegia el desarrollo de la inteligencia.
Es importante que sepamos que la “leche de fórmula” -como la llamamos hoy en día- es leche de vaca modificada para adaptarla a los requerimientos del bebé humano. Pero no es un invento químico, como muchas madres creemos.
¿Cuál es el efecto nocivo más fácil de detectar en el organismo humano? El moco. La principal responsable es la caseína, una proteína abundante en la leche de vaca. El moco es la reacción saludable del organismo contra una proteína que no puede incorporar. Por lo tanto, en la medida que incorporamos leche o lácteos, el organismo segrega moco. El resfrío común deriva en dolor de garganta, luego en rinitis, sinusitis, bronquitis, otitis, neumonía, y en todas las infecciones respiratorias con las que conviven los niños durante la infancia.
A pesar de esta abrumadora realidad, los adultos no podemos creer que la leche, la bendita y maravillosa leche, se nos vuelva en contra. Preferimos apegarnos a nuestras creencias en lugar de hacer caso a la sabiduría innata del organismo de nuestros hijos.
¡Todos nuestros niños están repletos de mocos y no estamos dispuestos a relacionarlo con la ingesta de leche! Parece que el miedo al cambio es más fuerte que el acceso a la verdad.
Laura Gutman

lunes, 23 de marzo de 2009

La magia de las mamás

La magia de las mamás

Desde siempre, desde la noche de los tiempos, ha existido la magia de las mamás. Sólo hace falta recordarnos a nosotros mismos, de niños; cuando nuestras expediciones terminaban en herida, ella siempre estaba ahí, con el “Sanita, sana…” que hacía más que la Mercromina. También estaba cuando algo salía mal, para dar un abrazo; o cuando venía el disgusto, y nos daba un beso.
Y es sólo eso: un conjuro, un beso, un abrazo; un contacto que lo cura todo. La magia de las mamás.
Y esto ahora que lo recordamos, cuando hace generaciones que los “cazadores de magia” decidieron acabar con ellas, y sólo quedan estos vestigios, pocos, de toda la magia de las mujeres que se convierten en madres.
La evolución, las conquistas sociales, la lucha por la igualdad, ha ido terminando con esa magia; todo el maremagnum en el que se ha convertido la vida diaria de las personas, de las mujeres que queremos realizarnos, ser madres, esposas y personas de éxito en el mundo laboral; la llegada de las “superwomen” ha acabado con la esencia, con la sabiduría y la capacidad femenina para terminar con los problemas, para ver hasta con el cogote y saber, con una sola mirada, si las cosas van bien o mal. Y el caso es que la sociedad entera alaba a las superwomen y denosta a las magas.
Hace ya generaciones que se nos convenció de la malignidad del parto, de la necesidad de medicalizarlo, de las bondades del no sentir frente al sentir; y con eso empezó el final de la magia.
Sólo han hecho falta un par de generaciones para terminar con toda la sabiduría que a lo largo de la historia de la humanidad (que es la historia de las madres y los hijos) las mujeres han ido recopilando para la supervivencia y mejora de la especie. En aras de un mejor nivel de vida, de una igualdad que parece que nunca alcanzamos, porque, no nos engañemos, siempre vamos un paso por detrás de los hombres, por mucho que intentemos correr; con la excusa de la racionalización de la vida, de la injerencia de expertos en todas las facetas de la existencia humana, hasta en los aspectos más íntimos, se ha ido terminando con la visceralidad, con el contacto físico, con lo más animal e instintivo de nuestras vidas.
Parece que nos fastidia aquello de “ser dominadas por las hormonas”, y debemos hacer lo contrario a lo que nuestra naturaleza dicta, y así nos va.
Y habrá quien diga que esta postura es retrógrada, que con todo lo que hemos conseguido las mujeres, lo que falta es que venga una y diga que donde deberíamos estar es en casa con los niños. Y no.
Deberíamos retomar la evolución social que se inició hace dos siglos, porque lo que está claro es que tal y como estamos ahora poco hemos mejorado.
De lo que nos deberíamos haber dado cuenta cuando todo empezó es, precisamente, de la magia, el poder de las madres.
Y es que, hace 200 años, las encargadas de la educación de los niños eran las madres; las mujeres éramos quienes estábamos en casa, cuidando de los niños que estaban en la teta durante años y confiaban en ellas. Y en lugar de aprovechar la situación, la sociedad nos dice que lo que debemos hacer es abandonar la casa, trabajar al mismo nivel de los hombres, competir con ellos en eficiencia, pero cobrando menos, claro, que para todos no hay. Y para que no notemos esa llamada hormonal que nos dice que a los hijos no se les deja solos, ya nos ponen a parir (con perdón) en un entorno estéril, libre de emociones; y nos dicen que donde mejor están nuestros hijos recién nacidos es en una cuna de calor, lejos de nosotras; y nos convencen de que, además, han nacido para fastidiarnos; y nos dan claros datos médicos y psicológicos que demuestran que los niños deben aprender a vivir solos desde que nacen para ser más felices cuando sean adultos.
De esta manera, cuando apenas unas semanas más tarde nos vayamos a nuestro trabajo en el que tenemos que demostrar lo mucho que valemos y que somos mejores que los hombres, echando más horas por menos dinero, no nos sentiremos culpables y sentiremos mucho menos el vacío que deja un bebé en el alma de una madre.
Y entonces, cuando ese bebé ya tiene edad de ir al parque y se lastima, ya no recordamos el conjuro, le damos Trombocid. Y cuando nuestros hijos sufran una decepción, o tengan un disgusto, o les acosen en el cole, o sean ellos los acosadores, se consolarán solos, porque nuestro pecho, nuestras manos y nuestras voces ya no hacen mella en ellos. Y desaparecerán los ojos de nuestros cogotes. Y luego nos quejamos; y nos preguntamos qué pasa con nuestros niños.
Todo esto es lo que reivindico en estas páginas, todavía no sé si pocas o muchas. Reivindico el derecho de las mujeres a volver al principio para hacerlo bien; su derecho a recuperar su magia, porque sin magia no se puede vivir y las sociedades se destruyen; su derecho a recuperar su vida para darse cuenta del poder de las madres, del poder sobrehumano de las mujeres: dar la vida y mantenerla.